Un Madrid corto de ambición, de fútbol y de piernas sufre lo indecilble ante un Leipzig que roza la prórroga con un remate de Dani Olmo al larguero en tiempo de prolongación
Una jugada. Extraordinaria, pero sólo una acción, la arrancada imponente de Jude Bellingham coronada por Viniucius salvó al Real Madrid de una eliminación contra pronóstico. Fue inferior a un Leipzig en todos los órdenes, incluido el táctico. La tradición cuenta que el equipo blanco gestiona fatal las ventajas en las eliminatorias, que le conviene el arrebato y la épica. En su intento por administrar el 0-1 de la ida, estuvo a merced de un equipo alemán penalizado por su falta de acierto. Tuvo fútbol y coraje. Y no hizo historia de milagro, como en aquel Centenariazo.
Ancelotti sorprendió de entrada con un planteamiento extraño, contra natura, y lo pagó. El Leipzig demostró en Alemania que hace daño entre líneas con fútbol ágil y vertical, a dos toques. Así que pobló el centro del campo para no dejar correr a Olmo, Simons, Openda y Sesko, todos atacantes rápidos. Fue un «chicos, atentos, que esto es la Champions y toca sufrir para ganar». Demasiada prudencia en noche europea, de esas que han construido la leyenda de 122 años del club blanco. Junto a las 14 Champions y sus remontadas caben también las noches negras del Odense, del Ajax, incluso de la Juve (0-3 en la ida) o Chelsea (1-3). A esas recordó el partido desde su arranque, con ese rumor creciente del Bernabéu que rompió en enfado y pitos.
Dos veces perdonó Openda de inicio, rematando en posiciones cómodas, activado por Simons primero y Olmo después, dañinos entre líneas. Descontamos aquí el mano a mano de Sesko por fuera de juego previo, de esos que los linieres dejan seguir por esas normas tan modernas. Permitió al menos comprobar que Lunin estaba más metido que el resto del equipo. A los alemanes les bastó aprovechar la timidez y la lentitud del Madrid. No presionaron los blancos de salida, dejando hacer al Leipzig, gestionando la ventaja de la ida minimizando riesgos. Pues le salió mal, muy mal. No gobernó el centro el campo, con Camavinga desubicado. No era interior ni pivote ni lateral ni mediapunta. Cómo sería el asunto que el primer ataque potable del Madrid fue un pase interior de Valverde a Bellingham que tapó Orbán con facilidad. Minuto 26. Claro, en el 33′ empezaron los pitos. Primero con timidez, pero crecientes. Un ataque sostenido del Leipzig acabó en volea de Openda al lateral de la red y decretó la bronca. Contundente. Inequívoca. Justo castigo a un planteamiento rácano, un fútbol pésimo, impropio de un aspirante a la Champions.
Fue tan espantoso el primer tiempo que no tuvo más remedio Ancelotti que cambiar al descanso. Con lo poco que le gusta. Entró Rodrygo, sacrificado en la apuesta inicial tras el declive en su juego durante el último mes. Al Bernabéu le dio un vuelco el corazón tras una salida fallida de Lunin que rebañó Openda. Indicativo claro de que los nervios lastraban ya las piernas blancas. El Leipzig había crecido en juego y en confianza, aunque también comenzaba a abrir espacios en la retaguardia. Llegó Rodrygo, buscando la espalda del central, bien habilitado por Carvajal. Sacó Gulacsi. Pero fue en una contra donde se abrió el duelo. Recibió Bellingham a 70 metros de la portería rival, con la única compañía de Vinicius frente a cuatro defensores. Condujo en vertical, balón pegado, esperando el movimiento de Vini hasta encontrar el momento y el punto exacto para poner al brasileño cara a la portería. No perdonó. Golazo.
El 1-0 debió despejar la eliminatoria definitivamente. Fue todo lo contrario. El Leipzig se tiró arriba con todo y provocó un ataque de pánico blanco a base de colgar balones, perseguir las segundas jugadas, ordenarse en el asalto. Fue incapaz el Madrid de alejar la pelota y salir de su área, encajonado. En ese agobio cayó la pelota a Raum en la izquierda, centró cómodo, templado, y Orbán cabeceó en plancha a la red, anticipándose a Nacho.
El Madrid se desplomó con el empate. Ni balón ni posición, estuvo a merced del rival durante un rato largo. Lo demostró en una falta en línea de medios en la que nadie persiguió a Orbán, en el segundo palo. Al mejor cabeceador del rival. Openda no logró resolver. Entró Modric por Kroos y después, Joselu por Bellingham para defender el juego aéreo. Ganó algo de tranquilidad el Madrid, también porque el Leipzig sintió sus propios cambios y perdió continuidad. Aún así, tuvo la prórroga en un centímetro, el que separó el remate de Dani Olmo de la portería en lugar de estrellarse en el larguero. El disparate final concluyó con un despeje de Valverde cuando la pelota se perdía por la banda a su favor, y Massa señalando el final cuando iniciaba el Leipzig el último ataque. El Madrid está en cuartos de milagro, pero está. De aclarar lo sucedido en la eliminatoria completa y evitar que se repita depende su futuro continental, hoy menos prometedor que ayer.
/Marca
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