El delantero hizo un buen partido, pero se perdió un gl increíble. El defensa central volvió a ser el patron de la defensa y de un cabezazo suyo en el palo salió el gol del triunfo ante Instituto
«Todos somos Montiel«, decía una de las banderas que repartieron en la previa. Y en Monumental, todos fueron Montiel. Porque en su vuelta -oficial- a Núñez, Cachete, el refuerzo más querido, con el aura que le dejó la Copa del Mundo, hizo el gol del desahogo, el que se gritó como si fuera una final en vez de una segunda fecha de campeonato fuera una final. Es que más allá de los tres puntos, la lectura profunda es preocupante. Porque pocos segundos antes del festejo, en Núñez se llegó a escuchar el «Movete, River movete» a todo volumen dedicado a un súper equipo que, por ahora, cuando va al surtidor carga nafta común y continúa sin acelerar a fondo como debería hacerlo un motor que sumó una inyección de caballos de fuerza en un mercado de lujo.
Ese cierre que provocó que las 85 mil personas que coparon el estadio se fueran a su casa con una sonrisa no tapa que las luces sólo brillaron en el nuevo anillo del Monumental. En el campo de juego, al igual que frente a Platense, volvió a verse un equipo que dejó adjetivos que no condicen con la expectativa que generó la pretemporada: apagado, inconexo, previsible, chato, sin fluidez ni frescura, que, en síntesis, sólo ganó por el Bombero Montiel, tal como lo definió alguna vez MG.
Cuando no arranca, no hay con qué darle. Por más que el Muñeco probó con tres esquemas durante 90′, en buena parte del partido fue Instituto el que le marcó el ritmo con un funcionamiento aceitado que no se vio en River. Con el 4-3-1-2 inicial, se repitieron los conceptos como ante el Calamar: pocas luces en los metros finales, Enzo Pérez sólo en la contención y una última línea que no aportó seguridad, al punto que Pezzella y Martínez Quarta estaban amonestados a los 20′ y el campeón del mundo debió salir en el entretiempo para dejarle su lugar a Paulo Díaz.
El chileno fue clave empujando a su equipo desde el fondo y posibilitó el gol de Montiel con un cabezazo espectacular que rebotó en un poste y le quedo servida al mundialista de River
En un plantel repleto de figuras, es curioso que a River le falte el cambie de ritmo que, por ejemplo, aportaron Batallini y los movedizos Puebla y Luna. Al margen de algunos chispazos de Meza (hasta que salió lesionado) y alguna gambeta aislada de Lanzini, los de Gallardo la tuvieron sin generar peligro. ¿El resultado? 68% de posesión en la primera parte, un gol anulado por offside de Borja y una llegada de peligro en la que no pudieron ni Colibrí, ni Borja, ni Montiel. Muy poco para un club que se prepara para competir en la elite internacional.
La decisión de Gallardo de romper el medio en el entretiempo y poner a Gonzalo Tapia en lugar de Galoppo también partió al equipo. Si bien ganó en poder ofensivo y el chileno desperdició una chance inmejorable luego de que Roffo le sacara un bombazo a Acuña, en el medio quedó descompensado y zafó porque a Instituto le faltó lucidez para redondear sus contras pasando la línea de un Enzopé sobrepasado y extenuado.
El 4-4-2, ya con Driussi -aplaudido y ovacionado- y Rojas adentro tampoco cambió la ecuación, pero con el empuje de los hinchas y el ímpetu de Gallardo desde el banco, con un lógico semblante de preocupación, River fue con los «huevos» típicos que pide la gente y lo ganó con Montiel, que desplegó la manguera y llevó un baño de tranquilidad en cuanto al resultado para poder trabajar en un funcionamiento que aún no aparece.
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