Ninguno de los dos terminó su partido. Ambos salieron pocos minutos antes del final. Uno con todo por definirse, entre otros factores, por su imponente actuación como defensor. El otro con todo resuelto, sobre todo, por sus decisivas intervenciones como atacante. Uno vive de evitar goles, el otro de prepararlos y hacerlos. De Santiago y de Tolima, respectivamente, tienen nombres de origen inglés con pronunciación español. Están prohibidos el «Guerry» y el «Yeims».
BUENOS AIRES.- El contraste facial es increíble. Esa cara de malo y pendenciero contra un rostro de yerno ideal. Aun con el resultado opuesto, se robaron todos los reflectores al final. Al chileno, llorando desconsoladamente, lo fueron a buscar compañeros y rivales. Neymar, Dani Alves y el resto lo abrazaban con respeto y admiración. Gonzalo Jara, el que falló el último remate, no podía frenar ese llanto. Sí, Jara lo consolaba a él.
El colombiano no paraba de sonreír, como si fuera un galán de telenovela o un integrante de banda musical juvenil. También recibía saludos de celestes y amarillos. Los propios le agradecían semejante demostración de talento. Los contrarios reconocían su incuestionable supremacía durante todo el partido.
El «malo» estaba afuera. Microdesgarro en el cuádriceps izquierdo. Se aseguraba la presencia de Pepe Rojas en su lugar. Pero jugó. Inspiró a sus compañeros. La rompió toda. Cruzó a la espalda de Silva y de Jara, sus colegas de última línea. Se comió a Fred y a cualquiera que se atreviera a desafiar su territorio. Manejó magistralmente la posición de la zaga. Sacó muchas bolas de cabeza, a pesar de su 1,71 metros de altura.
Estuvo siempre bien ubicado. Ni un solo foul cometió. La planilla registra ocho despejes con recuperación de balón. Le dio destino seguro a la pelota. Desgarrado. Un monstruo. Aguantó 114 minutos. Tras un córner que Jo cabeceó desviado, se tiró al piso y pidió el cambio. Desde el banco vio cómo dos tiros en los caños marcaron la diferencia entre Brasil y Chile. Nada más que eso.
Una hora más tarde, en el estadio Maracaná, le tocó a James, el chico de la cara bonita. Uruguay se plantó con un áspero 5-3-2. Se movía por todos lados, pero no encontraba la posición ideal para hacer daño. Siempre tenía un marcador encima. La Celeste cortó los circuitos. A los 28 minutos del primer tiempo se ubicó detrás de Arévalo Ríos, a tres metros de la medialuna, de espaldas al arco. Aguilar lo detectó y habilitó de cabeza. Los centrales rivales, en la línea del área grande, no achicaron. Recibió. La vio, la pensó y la ejecutó. Colchón en el pecho, giro, golpe de vista y pleno empeine zurdo para un gol hermoso. Se siente capaz de hacerlo todo. Lo intenta y le sale. 1-0.
A los 5 del segundo tiempo, Colombia corrió de contraataque. Él arrancó en la izquierda. Tiró la diagonal hacia el medio para arrastrar marcas, abrir espacio para la proyección de Armero y, si tocaba, definir de 9. El lateral recibió de Jackson y la cambió de lado para la llegada de Cuadrado. El 11 la bajó de cabeza para el 2-0, de delantero y de derecha. Por velocidad y precisión, golazo. «Tuyo», le reconoció al pasador. A los 85 minutos, José Pekerman lo sacó. Se abrazaron. El mundo se rindió. En Twitter, otro James de nombre LeBron lo elogió. Explotó la aldea.
Uno se despidió, el otro sigue. ¡Gracias a los dos! Sublimes, Gary y James
Columna escrita por Juan Pablo Varsky para el diario La Nación de Buenos Aires
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