El Real Madrid pasó a cuartos de final de la Champions, pero escribió una de las páginas más vergonzosas de su historia europea. Perdió 3-4 ante el Schalke, que se quedó a un gol de la hombrada, y acabó el partido perdiendo tiempo, encerrado en su área, ofreciendo una imagen penosa, impropia de un campeón de Europa.
MADRID.- Dicen los que saben que en todo Copa de Europa ganada se sobrevive a un partido malo. El último ejemplo, la visita del Madrid a Dortmund. Pero lo de este martes en el Bernabéu superó cualquier pronóstico. Un Madrid achicado, empequeñecido por su falta de fútbol, de carácter, de temple, estuvo a un milímetro de caer ante el Schalke. Un equipo aseado, apenas, al que el Madrid sometió sin aparente esfuerzo en el partido de ida. Y no se trataba del Madrid exuberante de los meses de noviembre y diciembre, hace siglos, parece. Era un Madrid correcto, simplemente.
El actual es un manojo de nervios, que estuvo a punto de regalar una corona europea que costó trece años reconquistar en 90 minutos simplemente desastrosos. Sin juego, sin ambición, sin orgullo, el equipo, que empezó a mermar desde el once elegido por Carlo Ancelotti (con Arbeloa, Khedira y Coentrao) dio vida a un Schalke que difícilmente se verá en otra igual. Sin centro del campo, una vez más, con un agujero negro en el flanco izquierdo de una defensa de papel de seda y un tembloroso Casillas bajo palos, permitió al Schalke adelantarse por dos veces, poniendo de uñas a un Bernabéu que ya no perdona una. Cristiano, con sendos cabezazos, acudió al rescate de su equipo, pero el runrún no cesaba.
Ni siquiera con el 3-2, obra de Benzema, se relajó el Madrid. Nunca controló el partido, que fue un carrusel de idas y venidas, de llegadas a ambas porterías, muy del alocado estilo de algunos partidos que se pueden ver en la Bundesliga. La grada apenas respiró con la entrada de Luka Modric, recibido con honores de redentor. El croata estuvo bien, incluso dotó al equipo del toque necesario para mantener el balón durante fases aisladas del partido, pero la defensa del Madrid siguió regalando ocasiones a espuertas. Sané, sin que nadie osara molestarle, hizo el 3-3 en un disparo ante el que Casillas se hizo invisible. Y volvieron los temblores, los sudores fríos, el pánico.
Los minutos finales fueron una pesadilla para el madridismo, que vio desfilar por el cèsped del Bernabéu a sus peores fantasmas. Huntelaar hizo el 3-4 (asistencia de Modric, en su afán por ayudar a una defensa en estado de esquizofenia) y tuvo dos ocasiones para echar al campeón de Europa. Iker, esta vez sí, detuvo los disparos de Sané y Howedes, y el Madrid, como un equipo minúsculo, arañando segundos a un crono que no avanzaba para los blancos, logró el pase a cuartos. Fue, dirán algunos, su mal partido de este año en Europa. Pero, para la mayoría, hay algo más. Mucho más. Y no parece que sea sólo una cuestión de pases, desmarques y conducciones. El problema, los múltiples problemas que arrastra este equipo, tienen pinta de estar anclados en raíces mucho más profundas.
Comentario de Santi Siguero para el diario Marca de Madrid
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