El partido ya lo habían dado por terminado con un empate 2-2 con el Leverkusen de Aránguiz. Pero, el VAR llamó al árbitro para indicarle que en la última jugada hubo un penal. Se cobró y aquí vino lo insólito: Carrasco lo ejecutó muy mal y Hradecky lo atajó
El Atlético quiso volver de entre los muertos. Y lo increíble es que pudo haberlo hecho. Acostumbrado en los últimos tiempos a ganar más de un partido y más de dos sobre la bocina, esta vez pretendió ganarlo despues. Porque Turpin ya había pitado el final cuando la tecnología reclamó su visita para mostrarle una mano que había salido a pasear en el último córner. Penalti. Conviene insistir: ya había pitado el final. Embocarlo suponía la clasificación, pero la relación rojiblanca con el punto fatídico es… pues eso: el adjetivo se puso pensando en este equipo.
De modo que Carrasco topó en la pena máxima con Hradecky. ¿Así de sencillo? Por supuesto que no con el Atlético por medio. Saúl cabeceó el esférico rechazado al larguero y Reinildo lamentó que a la tercera la pelota tropezara… en el propio Carrasco. Y ya sí, ya no hubo otra que certificar una eliminación merecida desde el momento en que no se gana un solo partido a Bayer o Brujas. ¿Hubiera validado el árbitro todo lo que pasó desde que pateara el belga si el balón acaba en la red? Buena pregunta. Pero que no conduce a ninguna parte. Si acaso a Oporto, donde estará en juego la Europa League. Que ésa es otra.
Una la había perdido Griezmann. La otra, Correa. Jugadores de ataque permitiéndose cerca de su área los adornos con la pelota que se les suponen en las inmediaciones de la del rival. El Bayer supo castigar ambos dislates, a mayor gloria del excelente Diaby en el primero, de Hudson-Odoi en el segundo, que en todo caso evidenciaban el aspecto desquiciado con el que el Atlético había afrontado de salida un partido a cara o cruz. En menos de media hora el Metropolitano andaba hecho un solar.
Y eso que Carrasco había establecido las momentáneas tablas. Andaba pitando parte del personal tres minutos antes de que marcara el belga y cuando ni siquiera se habían jugado 20, porque ésa es otra: hay grada que no ayuda, más bien todo lo contrario. El problema está abajo, por supuesto, pero no es de recibo tal inquina con tanto en juego y cuando aún quedaba un mundo. El caso es que se asociaron Correa y Griezmann en lo que en todo caso no llegó a quite de perdón, para que Yannick la estampara con la derecha y lo festejara a lo grande. Craso error.
Porque la jugada inmediatamente posterior ya devolvió la inquietud en lo que apenas sería el anticipo del segundo alemán. Y más que pudieron caer: Diaby y Hlozek tuvieron ocasiones mucho más claras que las de la escuadra local. El partido atropellaba absolutamente a Kondogbia y Witsel en el doble pivote, esta vez sin auxilio ahí de un tercero, y la consecuencia era un desorden digno de otras causas.
En realidad la más clara para ese segundo empate antes del descanso que se buscaba y no se encontró fue un cabezazo de Hincapie hacia su propia portería. La sucesión de accidentes en que se convertía cada ataque rojiblanco daba por ejemplo para que frenaran uno por barba el colegiado, llevándose el balonazo con el que Grizi pretendía habilitar a Carrasco, y el técnico visitante, reteniendo un saque que pretendía hacer Kondogbia y ganándose la única tarjeta de ese primer acto. Aquello era un despropósito.
Simeone había dibujado un once ofensivo y se incluye en tal consideración la sorprendente aparición de Hermoso, al fin y al cabo uno de los dos tipos que había visto puerta en las cuatro jornadas continentales, pero visto lo visto puso fin al experimento en el entreacto. A ese experimento, en realidad. Porque Witsel volvió a ser central para que Saúl y De Paul reforzaran por fin el eje. Con más centrocampistas volvió a mejorar el Atlético, mire usted.
Y enseguida acertó el propio De Paul. Y Griezmann y Carrasco toparon con Hradecky cuando buscaban el tercero. Y apareció Cunha porque Morata tenía uno de esos días. Y Reinildo y Kondogbia se precipitaron desde lejos en jugadas que pedían otra cosa. Pero tal frenesí no podía sostenerse. Y no se sostuvo. Sobre el minuto 70 respiró por fin el Bayer. Y poco después la tuvieron primero Diaby y después Paulinho a la contra. Para cuando apareció por fin Joao, ya se había hecho de noche. O eso parecía hasta el penalti. Hubiera sido mejor que no lo pitara, contemplado en perspectiva. Porque resucitar para volver a morirse no deja ser tontería. Ahí te quedas, Champions: el Atlético sigue sin merecerte.
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