El ex River Plate se ganó su lugar en la Scaloneta a fuerza de goles y mucho sacrificio, y junto a Messi formó una dupla que permite soñar en grande.
Julián Álvarez no para de sonreír. Sonríe cuando entra a la cancha, sonríe cuando lleva la pelota y sonríe cuando mete un gol. El gesto lo acompaña siempre. También sonríe cuando sale por la zona mixta del estadio Lusail luego de jugar un partido diez puntos en el 3-0 sobre Croacia en la semifinal de este Mundial de Qatar 2022.
Diez puntos porque corrió desde el primer minuto hasta el último que jugó, porque se cansó de presionar y hacer equivocar a la defensa rival y porque, casi sin cambiar el aire, se reconfiguraba para hacer diagonales y marcar líneas de pase ante una defensa croata que no lo podía maniatar. Diez puntos, además, porque no cualquiera mete un doblete en la antesala de una final del mundo.
Y cuando se dice que lo que acaba de hacer Julián Álvarez no lo hace cualquiera vale ir al archivo. Con sus dos goles se sumó a un club selecto en la Selección Argentina: solo Guillermo Stábile, Carlos Peucelle (ambos en el 6-1 a Estados Unidos, en 1930), Mario Alberto Kempes (en el 6-0 a Perú en 1978) y Diego Armando Maradona (en el 2-0 a Bélgica en 1986) marcaron por duplicado en una instancia semifinal. Impresiona.
«Esto es inexplicable. Siento una alegría inmensa de poder darle una alegría tan grande a todos los argentinos. Es un orgullo. ¿A quién se lo dedico? A mi familia, a la gente que me apoyó siempre, en las buenas y en las no tan buenas. Mi familia y mi novia están acá y es un orgullo que puedan disfrutar de este momento tan importante», suelta con una sonrisa, como no podía ser de otro modo, este chico de 22 años que, además, sumó sin querer otro hito: sólo Pelé -sí, leyó bien, Pelé- marcó dos goles en una semifinal mundialista con menos edad.
Está para cosas grandes, Julián. Es un elegido. Un tocado. Abrió el partido con una de esas diagonales que dejaron sin respuesta a Lovren y Gvardiol tras un pelotazo de novela de Enzo Fernández. No definió bien, pero el arquero Dominik Livakovic se lo llevó puesto y el árbitro Daniele Orsato cobró penal. Y Messi terminó de cerrar el trámite.
Enseguida, cinco minutos después, Julián recogió una pelota que le soltó Messi antes de cruzar el mediocampo y corrió, corrió y corrió. Quiso aprovechar que Nahuel Molina arrastraba la marca y se metió en el área. Lo acompañó la suerte: un rebote, otro rebote y otro rebote más para que la pelota le quedara picando frente al arquero. Todo el tiempo con la sonrisa dibujada en la cara. Gol a lo goleador. A pura potencia.
«Vi que pasaban compañeros. Seguí con la pelota, creo que tuve un poco de fortuna. Lindo gol. Fui chocando y me quedó ahí«, explicó la jugada mientras aprovechaba para saludar a la gente de Calchín, a los amigos de toda la vida, y a la gente que llegó hasta Qatar y alrededores para alentar a la Scaloneta.
Julián sonríe. Y la vida también le sonríe a este chico que no para de asombrar desde que asomó en la Primera de River. Le sonríe la vida, claro, porque juega con Messi y Messi puede hacer jugadas interplanetarias como la que hizo antes de servirle el gol. «Es increíble. No hace falta que diga las cosas que hace Leo y las que puede hacer. Uno siempre tiene que estar preparado para cualquier pase porque sabemos que puede hacer cualquier cosa con la pelota. Estaba esperando en el área. Creía que él podía hacer un pase en cualquier momento. Fue un lindo gol. Todo de él», recuerda con incredulidad.
/escrito para Clarín de Buenos Aires por Matín Voogd
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