Los blaugrana ofrecieron un fútbol demasiado previsible ante un rival muy intenso
Un miércoles de finales de abril. Vallecas. Un día después de naufragar el Real Madrid en Girona. Xavi avisando en la previa que había que ser pragmáticos. ¿Qué podía salir mal? Todo. Y así fue. El Barça no compareció ante un Rayo Vallecano que, pese a jugarse muy poco, como los blaugrana, sí pusieron lo necesario para ganar, que es, al fin y al cabo, de lo que se trata. El fútbol se piensa con la cabeza, se ejecuta con los pies y se juega con el alma. El Barça no la tuvo. El Rayo, sí.
Vallecas es un estadio embutido entre edificios del barrio, un escenario singular, único, con una afición fiel a la que le gusta estar en Primera División, claro, pero que no le da la espalda al equipo esté donde esté. Ganar no siempre es lo más importante, pero como mola. Más de 14.000 rayistas dieron la bienvenida al Barça dispuestos a sellar, si no lo está ya, la permanencia y, ¿quién sabe? apostarlo todo a Europa.
Xavi había anunciado que su equipo debía ser pragmático, que las dimensiones del terreno de juego y la apuesta de Iraola no permite demasiadas alegrías. Y así fue. El Rayo sabe exactamente cómo debe jugarle a cualquier equipo, por eso está donde está, pero es que, además, sabe cómo buscarle las cosquillas a los grandes.
El Barça lo pasó muy mal en la primera mitad. No tanto por el hecho de tener pocas ocasiones, la mayoría muy poco claras. Ni siquiera porque el Rayo apretara a Ter Stegen de forma constante, que no lo hizo. Fue más una sensación de ahogo, de que costaba respirar por la presión sobre todo el césped que ejercía el equipo local no que no dejaba maniobrar a los blaugrana.
En el fondo, nadie se jugaba nada importante. El Barça será campeón y el Rayo seguirá en Primera, así que tocaba el combate cuerpo a cuerpo, a ver quién gana. El balón cambiaba de dueño rápido, como si nadie lo quisiera de verdad, como si quemara, pese a que todos los buscaban. Y eso que el Barça salió con Pedri y De Jong. Pero claro, en el otro bando lo hacía Isi Palazón, que tiene un imán en las botas.
Camello inquietaba a Ter Stegen de la misma manera que lo hacía Lewandowski a Dimitrowski. De lejos. Hasta que Álvaro García recogió un balón entrando por la izquierda, controló y la puso a la base del palo con un disparo cruzado. Imposible para el alemán del Barça, que encajaba el décimo gol en LaLiga.
A partir de ahí, Gil Manzano, al que le cuesta no ser protagonista, hizo caso omiso de un partido limpio para empezar a ensuciarlo. Le mostró la amarilla a Jordi Alba por protestar una falta que no existió de Gavi. Había llegado dos horas antes al balón. Luego se la enseñó al propio Gavi por otra falta a Isi Palazón, un punto exagerado. Lewandowski, que la había tenido antes en una contra servida por Raphinha, no falló en la siguiente. Se la puso Pedri y el polaco marcó, pero Gil Manzano lo anuló por fuera de juego. El VAR le dio la razón. El Barça, seguramente, debía cambiarse el disfraz de pragmático por otro en el que se sienta más cómodo para iniciar el segundo tiempo.
Lo que en la primera mitad había sido un dolor de muelas se convirtió en una infección complicada en la segunda. Tardó el Rayo en sacar los colores al Barça ocho minutos. Un balón perdido por Frenkie de Jong en el centro del campo acabó en un mano a mano entre Fran García y Ter Stegen. Muy fácil. Cruzadita y el segundo. El partido se ponía imposible, cuesta arriba, y ‘la vida pirata’ de los Bukaneros lo celebraba.
Para ser un corsario, hay que nacer y los de Xavi se vieron inmersos en una tormenta perfecta que dejaba el partido visto para sentencia. El técnico cambió a Marcos Alonso y ordenó la entrada de Ansu Fati. No quedaba otra. LaLiga nunca peligró, pero el honor, a veces, lo es todo. Y Almería ya fue un toque de atención que Vallecas hizo suyo. Por si fuera poco, de los nueve goles encajados se pasó, sin saber exactamente cómo, a once. Pero eso de los récords, había avisado Xavi, no toca.
Entró Ansu Fati, que tuvo mucho más minutos de lo que suele ser habitual. El canterano los aprovechó para pedirlas todas, generar, correr y ser vertical, mostrándose siempre peligroso. Pero al Barça en Vallecas no le salía nada. Todo eran jugadas inacabadas, sin continuidad, desconexas e imprecisas. De hecho, así llegó el gol de Lewandowski, que acabó con su sequía tras recibir un balón rebotado en el área tras un disparo de Kessie y definir con la zurda. La mejor noticia de la noche.
El Barça buscó el empate a la desesperada, más por coraje que por fútbol. La entrada de Pablo Torre mejoró el centro del campo, pero no fue suficiente. LaLiga será blaugrana, de eso no hay duda, pero tocará pelearla un poquito más. Vallecas acabó vociferando ese ‘oé, oé’ torero, símbolo de fiesta, la que se ganó celebrar la afición disfrutando de su equipo. Un señor equipo.
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