Sin brillar, pero con una mejoría respecto del ciclo anterior, el Rojo le ganó por 2-1 a Gimnasia en La Plata
Carlos Tevez parece haber caído de pie en Independiente. Segundo partido en el banco y segundo 2-1 consecutivo, esta vez como visitante ante Gimnasia, en una cancha donde el Rojo no ganaba desde hacía 12 años y después de un partido tenso, discutido, mucho más peleado que jugado, que le da aire al conjunto de Avellaneda en la carrera por escaparle a los últimos puestos de la tabla general y por el contrario compromete mucho el destino del Lobo.
Los cambios de entrenador no son ni mucho menos milagrosos. Abundan los ejemplos en ese sentido. Pero a veces, y más allá del efecto gaseoso que toda novedad provoca, alcanza con un par de retoques para acomodar mejor las piezas y lograr que el funcionamiento general suba algún peldaño.
Tevez aterrizó en Independiente cuando arreciaba el viento en contra. Por la realidad de un descenso posible, por la ebullición del clima interno y por su propia presencia, que levantó ampollas entre los hinchas. Los partidos calientes que le tocaron para la presentación eran armas de doble filo. Rivales directos, con similares urgencias que las del Rojo, aunque también con niveles futbolísticos semejantes. Y al margen de la mayor predisposición para correr y pelear, de las variantes que ofrecen los futbolistas incorporados y hasta de los resultados obtenidos, un par de retoques le bastaron al nuevo técnico para que la imagen general del equipo sume algunos puntos.
Dos jugadores apenas tenidos en cuenta en la etapa anterior, Matías Giménez y Damián Pérez, explican buena parte de ese progreso en el rendimiento, tan tenue como evidente. El delantero sanjuanino, vital en los cuatro goles marcados en estos dos encuentros (tres convertidos y un pase clave en la jugada del cuarto), aporta mucha participación, capacidad para aguantar el balón de espaldas y buena técnica individual en su pie derecho. El veterano lateral izquierdo entrega experiencia en la marca, le da velocidad y profundidad al ataque, y en el Bosque sumó inteligencia en una posición impensada: la de volante interno cuando el equipo tenía la pelota, circunstancia que por otra parte no ocurrió demasiado seguido.
La racha negativa del Lobo condiciona cada movimiento. Once partidos sin victorias son demasiados para cualquier equipo, y más aún cuando la zona caliente del descenso empieza a nublar las ideas. Con el Chirola Romero al borde de una renuncia que concretaría luego del encuentro, sus jugadores salieron a sostenerlo poniéndose el cuchillo entre los dientes. Presión asfixiante, pierna fuerte en cada cruce y ambición ofensiva cuando la pelota derivaba a la izquierda y caía en los pies del impredecible Benjamín Domínguez.
En esa primera etapa, la prematura desventaja -iban apenas 7 minutos cuando Giménez desarmó la defensa de Gimnasia con un toque certero a Alexis Canelo, quien abrió para que Mauricio Isla culminara su llegada con el derechazo a la red- detuvo sólo durante un rato el empuje local, mucho más voluntarioso que eficaz.
Independiente tuvo menor posesión de la pelota, pero en cambio fue más claro. Tomás Durso le tapó el segundo a Canelo a los 15, Giménez cruzó en demasía una volea a los 30 y un pisotón de Leonardo Morales a Canelo en el área quedó sin sanción sobre la hora.
El ingreso de Lucas Castro en la segunda mitad le dio al Tripero las cuotas de juego que necesitaba, pero su equipo volvería a tropezar con la misma piedra. Salvo un cabezazo del propio Castro que Rodrigo Rey desvió con una buena dosis de suerte a los 24, el Lobo casi no creó ocasiones de gol hasta el descuento obtenido por Eric Ramírez cuando el partido moría.
Independiente se vio condenado a apretar los dientes y aguantar el embotellamiento, esta vez con más éxito que en múltiples ocasiones anteriores. No siempre fue prolijo ni ordenado en defensa, pero se las ingenió para ahorrarle tarea a su arquero. Y en el medio tuvo dos chispazos de fútbol, al igual que contra Vélez protagonizados por jugadores que piensan antes de ejecutar. Federico Mancuello hizo una pausa, tiró una pared y sacudió el palo derecho de Durso a los 9, y Giménez eludió un adversario, levantó la cabeza y acomodó la pelota contra el palo izquierdo para poner el 2-0 a los 42. Suficiente para liberar angustias y alargar el festejo. Un golazo.
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