El chileno Paulo Diaz jugó todo el partido y fue uno de los jugadores más rescatables del perdedor. Pablo Solari ingresó como titular y fue sustituido al comenzar el segundo tiempo
La última pelota queda atrapada entre los guantes de Agustín Rossi. Entonces, llega la explosión. Y los fuegos artificiales. Y el grito del corazón. La Bombonera cobra vida. Y Boca también, claro. En este campeonato que parecía acabado el 31 de julio, cuando cayó goleado por Patronato en Entre Ríos. Desde ese momento, no perdió más. Y el impulso del triunfo en el Superclásico puede ser decisivo en la recta final de la Liga. Si no ganan Atlético Tucumán y Gimnasia, ¿cómo no se va a ilusionar? En definitiva, es el equipo que más partidos ganó en el torneo, cuatro de ellos en forma consecutiva. Esta noche tuvo actitud, concentración y golpeó en el momento justo.
Fue uno de las peores versiones del River de Marcelo Gallardo. Nunca había estado a tan baja altura en un duelo de esta magnitud. Uno de los capitales de su exitoso ciclo había sido la supremacía ante Boca con epicentro en Madrid. Hace tiempo que los partidos resultan más parejos y la historia se dio vuelta. El Muñeco intentó sorprender con el planteo, se la jugó de entrada con dos futbolistas que no están en la mejor condición física, como es el caso de Matías Suárez y Pablo Solari, y cuando cambió en el segundo tiempo, tampoco hubo reacción. A excepción del cabezazo del comienzo, que mostró una gran reacción de Rossi, y un tirito de Agustín Palavecino que contuvo el arquero en el complemento, no inquietó a su adversario. Falló la planificación.
Había gran expectativa en la previa. Se enfrentaban dos potencias y el premio tenía un plus, tomar cuerpo en la pelea por el título. Y el marco se correspondía a semejante mano a mano con hinchas que esperaban volver a disfrutar el clásico en casa después de la pandemia que cerró puertas. Pero después de la recepción a todo color, el primer tiempo fue gris como el cielo plomizo que decoraba el horizonte por encima del estadio Alberto J. Armando.
Primero, claro, había que ver la postura de los equipos. En especial, de River. Porque Gallardo pateó el tablero con la formación. La presencia de tres centrales más dos laterales y ninguna referencia de ataque, con Suárez y Solari arriba, invitaba a algunas preguntas. ¿Cómo haría el equipo para ser explosivo teniendo en cuenta la merma física de sus dos delanteros?
Boca asomaba más claro. El 4-4-2 que plantó Hugo Ibarra tuvo a Martín Payero activo, algo suelto, casi como un enganche, pero con una obligación táctica: rodearle la manzana a Enzo Pérez, el primer pase de banda roja. Y en el inicio, empujado por la multitud, pareció que podía tomar el protagonismo. Fue un arranque a puro ritmo.
No obstante, la jugada más peligrosa estuvo en el área de Rossi. Y fue a través de una pelota parada ejecutada por Quintero. Un tiro de esquina que Emanuel Mammana anticipó en el primer palo. El número uno xeneize mostró todos sus reflejos. Iban seis minutos.
River, esta vez, eligió contraatacar. Y Boca no pudo desequilibrar con sus laterales. Casi no pasó Frank Fabra y muy poco se se desprendió Luis Advíncula. El mejor jugador azul y oro fue Juan Ramírez, con su despliegue. Tuvo una gran posibilidad apenas superado el cuarto de hora. Le pegó mordido Ramírez, justamente, después de una jugada muy bien elaborada, con cinco toques. Después, lo perdió Payero.
Fueron ordinarios esos primeros cuarenta y cinco minutos. Y Gallardo dejó claro que erró el diagnóstico cuando hizo tres cambios en el entretiempo. Entraron Miguel Borja, Rodrigo Aliendro y Esequiel Barco. Salieron Solari, Herrera y Quintero. Línea de cuatro atrás, un “9” puro y más dinámica. Sin embargo, el gran problema de River es que nunca pudo articular ese circuito de juego de triangulaciones que siempre lo destacó. Con la salvedad de Nicolás De La Cruz, que siempre encaró hacia adelante y buscó conectar, sufrió.
Lo que siguieron fueron más cambios en el medio de un partido que Hugo Ibarra intentó cerrar con otro marcador central, Carlos Zambrano. River recién mejoró cuando ingresó Lucas Beltrán. ¿Por qué no fue titular, si venía de un gran partido ante Barracas Central? Así y todo, no encontró los caminos. Ni siquiera con Palavecino, reemplazante del lesionado Aliendro.
Boca apeló a la actitud, siempre ponderada en la tribuna. El árbitro fue permisivo hasta la patada karateca de Marcos Rojo, que opacó su buen partido. Pero no hubo discusiones en el final. El triunfo fue merecido. Por una cabeza, a decir de Gardel.
El resumen del Boca – River
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