El regreso del astro brasileño no podía ser mejor: sin estar en su plenitud física, anotó un gol de penal, jugó 80 minutos y le sobró para hacer diferencias ante Corea del Sur.
La lesión en su tobillo en el debut del Mundial provocó la amargura de millones de brasileños y de millones de hinchas que disfrutan del buen fútbol. Por eso, el regreso de Neymar se vivía intensamente en la previa. Y él se encargó de mostrar, a media máquina, lo importante que puede ser para su selección.
Arrancó el partido muy cuidadoso, haciendo todo mucho más simple de lo que habitualmente resuelve. Toque de primera, tranquilo, mientras el cuerpo iba ganando confianza. Su primer pique importante fue para buscar el pase de Raphina, ese que finalmente convirtió Vinicius en el primer gol del partido. Y al toque nomás llegaría su chance…
El penal inocente de los coreanos le abría la puerta al gol. Le daba la chance de ya tener la inyección de confianza que le ayudara mentalmente a sentirse más seguro tras la lesión pasada. Hizo todo su ritual de carrera, freno, repiqueteo y después no pateó…. En realidad soltó la pelota, como si la tuviera en su botín y la empuja hacia el lugar contrario al que se reclinó el arquero al comerse el amague de Neymar. Golazo. Sí, de penal puede ser un golazo también. Neymar llegó así a su gol número 76 con la selección y a su séptimo gol en Copa del Mundo.
La diferencia de jerarquía individual y colectiva en el partido se vio reflejada no sólo en el resultado. Pero para Neymar fue genial poder volver a tomar ritmo de juego sin las obligaciones que podían haber traído otro rival. Así y todo, siguió tirando fantasías, como esa en la que usó de pantalla al árbitro, la piso dando vuelta 360 grados mientras a dos coreanos se le enredaban los pies.
La intensidad del partido se fue apagando. Los coreanos ya se querían volver a casa y los brasileños, con Neymar, empezaban a regular fuerzas. De hecho, Ney se quedaba solo arriba cuando los coreanos avanzaban (sí, no atacaban) siendo el jugador más adelantado. Atento a todo igual y viendo que la gente bajaba la fiesta, cuando se acercó a patear un corner les pidió a los hinchas que levantaran un poco los cantitos.
Pero claro, el pie del acelerador lo habían levantado ellos mismos. Ya Neymar dejó de correr y hasta se comió un caño precioso, de esos que él siempre hace.
La goleada es un hecho y Neymar festeja. Hizo un gol, se mostró fino con la pelota, tiró un par de lujos de su sello y bailó cada uno de las coreos de una selección que tiene para festejar no sólo el triunfo. Ochenta minutos para el regreso de Ney a este nivel no puede despertar otra cosa que ilusiones.
/Escrito por Diego Macías para Olé de Buenos Aires
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