Con un hat-trick de Borja y un doblete de Colidio, el equipo de Demichelis gozó a lo grande en el Monumental. Una vez más Paulo Diaz jugó un partidazo
¿De qué es capaz, River? ¿De qué se demostró capaz en una goleada que, lejos de ser holgada, hasta por momentos quedó corta? De que tiene con qué ser y parecerse al ideal de equipo que Martín Demichelis pretende edificar.
River se demostró que es capaz de evolucionar sosteniéndose, cimentando su progreso en la confianza cosechada frente a Barracas y despejando de un soplido aquellas dudas que había generado el empate frente a Argentinos Juniors apenas una semana atrás…
River demostró que con confianza ofensivamente puede ser una sinfonía incluso cuando le faltan músicos por bajas de toda clase. Con ejemplos claros. En apenas seis minutos Facundo Colidio ya había tenido una chance atajada y su revancha en el gol, haciendo olvidar que su regreso se había dado por el (muy pedido) Franco Mastantuono. Miguel Ángel Borja, además, machacó con goles que está a la altura de las necesidades del deté: oportunista, le puso la cabeza a dos centros deluxe y luego a un mal despeje de Mammana. Incluso en el cuarto gol el equipo a nivel colectivo edificó una combinación perfecta de quite (Nicolás Fonseca, de saludable actuación), de solidaridad del 9 bien lejos del área (Borja), de toques armónicos y conjugados ágilmente hacia adelante con un Nacho Fernández que recuperó su nivel como eje y de un taco delicioso de Barco para darle otro touch de glamour al tic de Colidio para el 4-0.
¿Más? Mucho más, sí: River demostró que tiene banco aun cuando ha sufrido bajas de todo tipo y factor. Que puede darse dos lujos en paralelo: el de dejar sentados a sus dos refuerzos recién llegados (Sant’Anna y Rodrigo Villagra) para darles minutos a los purretes Subiabre, Ruberto y Mastantuono. Cerrando el partido, Micho, con un ataque conformado por chicos de 16, 17 y 18 años que entraron en sintonía, que la pidieron como si tuvieran decenas de partidos en la élite. Y que ya son arropados por los miles (y miles, y miles) de apóstoles con butaca.
De hecho, River pudo hacer lucir a varios integrantes de su zona menos consolidada -el fondo- durante su breve bajón de ritmo: Armani atajó un remate a quemarropas en modo 2018 cuando Florentín lo fusiló incómodo mientras Paulo Díaz se anotó bloqueos y despejes que le valieron su primer “chileno, chileno” al ser reemplazado en el segundo tiempo para cuidar piernas. Otra facilidad que no muchos cuadros domésticos pueden ostentar.
Por todo eso reducir el triunfo de River al resultado en sí sería, entonces, una injusticia: posiblemente en otros partidos el equipo de Demichelis consiga mantener el nivel de este domingo aunque sin un score tan lapidario. En cualquier caso, el 5-0 lo que hizo fue potenciar y homologar las virtudes del ganador del mismo modo que desnudó las dificultades de un Vélez al que a los cinco minutos ya se le podía diagnosticar fácilmente una goleada en contra. Su permeabilidad crónica, su ritmo bucólico pero también su falta de ideas facilitaron el score abultado que se llevó un preocupadísimo Gustavo Quinteros. De hecho, si Tomás Marchiori no hubiera desviado tres pelotas claras de gol (a Colidio, a Borja y a Aliendro) el recuento de daños habría arrojado resultados todavía más preocupantes para el visitante.
Pero River no sólo se demostró íntimamente a qué niveles puede llegar: también elevó su propia vara. Paradójicamente, el equipo de Demichelis consiguió advertirlo justo ante el mismo rival que el año pasado lo vio en su nivel más bajo. Ahora, claro, deberá sostenerse, con la ventaja de que sólo tendrá ganancia de variables: más temprano que tarde volverán Lanzini, Solari, Echeverri, Kranevitter, Casco… Y todos deberán disputarse un lugar en este equipo que, cuando funciona como tal, hace una enorme diferencia. Y puede ser ese famoso River al que la gente le terminó cantando.
/Escrito por Nico Berardo para Olé de Buenos Aires
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