Brasil e Italia nos brindaban en 1970 la primera final de un Mundial a color y no defraudaron a la expectativa creada. La canarinha llegaba al partido habiendo ganado todos los partidos de la competición con una de las escuadras más míticas y que mejor juego han desplegado. Todas las líneas de Brasil tenían auténticos jugadorazos en ellas, destacando Carlos Alberto en la zaga, o el medio campo formado por Gérson, Pelé y Rivelino. Arriba, Jairzinho y Tostão eran un quebradero de cabeza para las defensas. Por otro parte, los italianos venían de derrotar a Alemania en un épico encuentro que sería conocido como «El Partido del Siglo», del cual hablaremos más adelante.
Esta eliminatoria con prórroga suponía un duro handicap para los azzurri y un condicionante de cara a la final dado el extremado desgaste físico y mental, pero durante los primeros instantes del encuentro supieron aguantar el tipo a la favorita. Así fue hasta que en el 18′ Pelé finalizaba con un buen cabezazo una jugada ensayada en un saque de banda en el que Tostão le dejó un balón templado a Rivellino para que este centrase al área chica. Burgnich, el defensa sobre el que el ’10’ se elevó para estrenar el marcador declaró tras el partido: «Creí que Pelé era de carne y hueso como yo. Estaba equivocado.».
Parecía que Italia estaba sentenciada por su desgaste y por el juego de los brasileños, pero entonces el siempre atento Boninsegna le robó la cartera a la defensa canarinha y anotaba desde la frontal del área tras driblar al guardameta Felix poco antes del descanso. Italia se veía capaz de lograr el milagro. Habían eliminado a Alemania en un partido antológico y ahora estaban en la final para hacer lo mismo con la favorita.
Con el empate en el marcador se sucedió una lucha de poderes en el césped hasta que en el 66′ Gérson adelantaba a la verdeamarelha con un trallazo desde la frontal y daba inicio a lo que Mundo Deportivo denominó en portada «un cuarto de hora relampagueante imposible de resistir para los italianos». Sin que los azzurri apenas se enterasen, Brasil amplió su ventaja hasta el 4-1 gracias a los tantos de Jairzinho y Carlos Alberto con un despliegue de juego sensacional. Todos los que vieron dicho partido volvieron a casa con la sensacion de que acababan de presenciar una obra de arte y no es una exageración, puesto que este partido se propuso para ser Patrimonio Deportivo de la Humanidad en 2013.
Brasil se proclamó así tricampeona del mundo y logró en propiedad el trofeo Jules Rimet (a partir de 1974, ya se entregaría la actual copa). Jairzinho era el máximo anotador del campeonato y lograba además un récord inigualado hasta hoy, al anotar al menos un gol en cada partido de la fase final. Dos claves definían a aquella selección brasileña de ensueño: juego colectivo y movilidad, y le llevaron a un más que merecido triunfo final que hizo las delicias de los aficionados.
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