Una España vulgar, sin solidez, paga sus errores y sufre una derrota dolorosa en el día en el que De la Fuente cambia a ocho de los titulares de Málaga
Ni plan A, ni plan B, ni plan C. En Hampden Park, palabras mayores en la historia del fútbol, la nueva España de De la Fuente despachó una noche triste, ideal para la reflexión. Escocia, fuera de la clase alta del balón, pintó la cara de un equipo que no funcionó en ninguna línea, víctima de los ocho cambios que el seleccionador hizo respecto a la foto de Málaga. La temeridad se paga.
En ese estadio, donde Zidane recogió un dron y lo llevó a una sala de trofeos, Luis de la Fuente se puso falda para inventarse una revolución a lo Braveheart. El seleccionador volteó la alineación de La Rosaleda. Sólo mantuvo a Kepa, Rodri y Merino, un pasillito de seguridad. Lo demás no estaba en los boletos de apuestas. Tampoco estaban los resbalones o los errores impropios en un campo de hierba alta e irregular, como si en Glasgow se fabricaran chepas. No hay excusas.
Los ocho de Glasgow eran Pedro Porro, David García, Iñigo Martínez, Gayà, Ceballos, Yeremy Pino, Oyarzabal y Joselu, toda una gominola para las redes sociales y los debates sobre el pasado, el presente y el futuro, uno de los deportes nacionales. A De la Fuente no se le puede calificar de cobarde. El experimento se fue pronto por el desagüe a causa de un resbalón de Porro que aprovechó Robertson para ceder el gol a McTominay, el principal afectado por la llegada de Casemiro al United.
Para un equipo nuevo, sin la mandíbula preparada, el bofetón se notó. La sangría la perdonó Christie en una internada por el centro. La reacción española llegó con los balones a la hoguera del área, territorio donde Joselu cabeceaba todo en un homenaje a Joe Jordan, el ariete escocés de los años 70 que remataba envases de cristal. Uno de sus envíos fue al larguero.
Rodri, Ceballos y sobre todo Mikel Merino, gobernaban el juego en la frontera del área, donde se añoraba más picante en Yeremy Pino y Oyarzabal. Pedro Porro lucía más en ataque que en defensa. El empate empezó a no parecer una ficción.
Con ese paisaje eomenzaba un partido nuevo que Escocia llevó a la refriega física y al safari. Cada balón aéreo iba con una invitación al dentista. En la revuelta popular se disputaban minipartidos de fuego como el de Porro y Robertson, el puñal del Liverpool, o el de Joselu contra toda Escocia. El VAR era europeo, no el de España, por lo que había ratos de barra libre, un fútbol más puro que el de lupa, parón y suspense.
En el cuadrilátero estaba más cómoda Escocia, que perdonó el segundo cuando Dykes galopó solo ante Kepa para rematar alto. El primer asalto de la bata blanca de De la Fuente era un mal negocio. Todo puede empeorar.
Había que remover el laboratorio. De la Fuente dio entrada a Nico Williams y Carvajal por Oyarzabaly Pedro Porro mientras Hampden Park mostraba un ambiente de VI Naciones. El lateral derecho perdió un balón a setenta metros de Kepa y la cosa terminó en otro remate mortal de McTominay, imitador en la noche de Steven Gerrard como un llegador de trono y pompa. El puesto de lateral derecho se adivina como uno de los primeros agujeros de este ciclo.
Escocia ya preparaba la hora feliz en los locales de Glasgow. La sustitución de Merino por Borja Iglesias, uno de los más entonados, estropeó más la foto española. Otro gancho, Iago Aspas, pilló entrada en el enjambre del área. Del ídolo del Celta cabía esperar algún truco, aunque no estaba el asunto para gourmets. España se perdía entre la irritación y la falta de inspiración. Escocia vivía una fiesta casi inesperada.
En el carro de los minutos de la impotencia España salió malparada. Los balones al área eran dulces para los zagueros escoceses, que se quitaban los empastes antes de despejar. Esto es lo que hay, versión española. El plan de De la Fuente cojea en la primera cuesta. El puesto de seleccionador no es un caramelo.
/Marca
Facebook
Twitter
Instagram
YouTube
RSS