Cuando uno da lo que tiene no se puede pedir más. El Real Madrid cayó por el aplastante peso de la lógica ante un Chelsea superior en todos los planos, desde el físico al táctico, aunque se mantuvo con opciones hasta el minuto 85. Pudo caer mucho antes porque los blues perdonaron media docena de ocasiones clarísimas, especialmente en un segundo tiempo donde fueron evidentes los problemas físicos de la mitad del equipo blanco. Ramos, Hazard, Mendy, el centro del campo al completo… Ha llegado hasta su límite, exprimido y angustiado, peleando hasta el penúltimo escalón de la Champions, lo que no hace tanto se festejaba casi como un título. Nada que reprochar.
El fútbol es caprichoso. El Chelsea que dio un meneo soberano al Madrid en la ida se fue al descanso con 1-1. En Londres ganó la pausa con 1-0 en un duelo equilibrado porque fue rápido, vertical y preciso cuando robó o superó el centro del campo blanco, especialmente a la contra. Perdonó el primero por la imprudencia de Werner al meterse en fuera de juego. A la segunda, el aleman completó la gran jugada de Kanté rompiendo por dentro y la picada de Havertz, exquisita, al larguero. Lo único y lo mejor del carísimo atacante alemán en el primer acto.
El Madrid mereció más en ese periodo. Generó las mismas ocasiones claras, dos remates de Benzema que desmintieron la flaqueza de Mendy. El portero. Se marcó dos buenas manos, cada una con su dificultad. Pero no mandaron los blancos, con Nacho y Militao protegiendo a un mermado Ramos, con Mendy en un carril que no le daba para desbordar, con Vinicius de carrilero tan lejos de hace daño como cerca de crear problemas. Y con Hazard en esa eterna espera del chispazo decisivo. El belga lo intenta, pero es un buen espejo del equipo blanco. No le da.
Todos los balones divididos eran azules. Por intensidad y colocación. Tuchel organizó a los ‘blues’ en torno a su fortaleza defensiva. Kanté es la bisagra entre defensa y ataque, y Mason Mount mejora las jugadas. Está cómodo con el balón y, sobre todo, sin él. Se dejó llevar hasta la pausa, y tras ella pudo sentenciar. Centró Azpilicueta desde la derecha y Havertz cabeceó al travesaño. Thiago SIlva perdonó otro cabezazo claro, y Mount se plantó solo ante Courtois, tras un pase excelente de Werner, para fallar en el remate arriba. Peor fue la que perdonó Havertz, otro mano a mano con Werner a su lado que sacó Courtois con los pies. Todo en 15 minutos de tormenta perfecta. No llegó, y por eso los cambios eran ya imprescindibles. Momento Zizou.
Los relevos no fueron fáciles de explicar. Mantuvo los tres centrales y relevó a los carrileros. Sorprendió sobre todo por la marcha de Vinicius, quien más problemas generaba por la zona de Chilwell. Subió las líneas el Madrid y la respuesta fue otra contra clamorosa, tres contra uno. Resolvió Kanté y rechazó, milagroso, Valverde. El problema era que el Madrid no llegaba, porque el Chelsea se hartaba de fallar goles. Quedaba la esperanza de ese gen ganador del Madrid, capaz de sobrevivir a la tortura más cruel. No tuvo energía ni para la épica. En el tramo final, con el Chelsea pletórico, Kanté combinó con Pulisic, brillante como revulsivo, y aguantó en el área hasta servir la sentencia a Mason Mount. Allí murieron los sueños del Madrid, que duraron más de lo que muchos preveían en diciembre. Es su obligación, competir hasta el límite de sus fuerzas, por pocas que tenga.
/escrito por José María Rodriguez para Marca de España
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