En el adíos más cruel de los últimos años España se queda sin Eurocopa. Italia te mata así, sin merecerlo, con los boinas verdes en el césped. La selección española derrochó grandeza hasta que cayó en el punto de las lamentaciones. El grupo de Luis Enrique desfiguró al rival, pero le dejó vivos los genes. Era la tercera prórroga seguida para España y se rompió el embrujo. Dani Olmo, inmenso todo el partido, y Morata, autor del empate, no metieron sus penaltis. Italia está en la final.
De esta Eurocopa multinacional se va una selección nueva a la que hay que mimar. El desapego ha pasado al afecto. Luis Enrique ha construido una secta que ha superado una montaña de inconvenientes. Es la hora de las lágrimas y del orgullo.
Sonó el himno, Italia enseñó las encías y España, en un arrebato de pesonalidad, se apoderó del balón. No había mejor escenario para ello que Wembley, una contraseña del fútbol, ahora en una versión posmoderna. Una semifinal de Eurocopa es un evento que un deportista puede disputar una vez en la vida, es como si te abren un día la central de Wimbledon. No había bromas.
El aula de Mancini, que durante el torneo había mostrado un juego festivo, se desesperaba a la búsqueda del esférico por el césped. El dominio español llegaba gracias a una presión para enseñar con powerpoint,una ratonera perfecta para que Verratti, Barella y Jorginho no encontraran el violín. El plan de Luis Enrique funcionaba e Italia sólo podía respirar con un reparto de balonazos sin brújula, fuera de su modo de jugar actual. La primera jugada del seleccionador español llegó en la pizarra.
La licencia del balón
Chiellini y Bonucci, la santa alianza de la barba de tres días, abrieron la puerta del ‘saloon’ y se encontraron con que no había nadie cerca a quien soplar en la nuca. La decisión de Luis Enrique de limpiar el equipo de arietes -sin Morata, su compañero de camerino en la Juve y sin Gerard Moreno- quería descolocar la mirada de esta pareja clásica del ‘spaghetti western’ futbolero.
España siempre encontraba a alguien libre con esta trampa que había funcionado en la Eurocopa de 2012. El ajedrez situaba a Dani Olmo, Ferran Torres y Oyarzabal, tres interiores, como amenaza para los italianos. El jugador del Leipzig iba a bailar todo el partido entre líneas.
Durante los mejores minutos españoles a Oyarzabal se le escurrió un pase estilo Messi de Pedri. Más tarde, Dani Olmo se quedó delante de Donnarumma que opuso la guantera a un tiro demasiado cantado. El meta italiano, una ficha de dominó de Mino Raiola, el afamado agente, estaba más presente que Unai Simón.
Con Busquets, Pedri y Koke viendo la licencia del balón, Italia sobrevivía por la banda izquierda, en la que Insigne, un respeto a un tipo que lleva el 10 del Nápoles, y Emerson, eran socios del veneno. Antes del reposo, el mediapunta pasó al lateral zurdo y su disparo tocó la cruceta. Era el único tiro azul en tres cuartos de hora. Italia pura y dura.
Sonaba a despertador. El partido se destrabó. Cada jugada pedía un desfibrilador, un escenario ideal para silenciadores, especialistas que a los italianos no les faltan, lo dice la historia. La maldad la activó Chiesa, hijo de delantero, que en una contra montada por Insigne mandó el balón donde quiso.
Ida y vuelta mortal
Un gol en contra, Chiellini, Bonucci, el himno y la historia. Era el Everest que aguardaba a España. A Oyarzabal le faltó un implante para cabecear un pase de Koke. A Italia no le afectaba esperar en la tibia de su área, una parcela que dominan como pocos. Entraban Berardi y Morata, dos soluciones de emergencia.
Italia pisaba el reloj cuando Laporte conectó con Morata quien tras una pared con Dani Olmo sorteó minas para sellar a Donnarumma. Un jugador de la Juve sentaba a un ex portero del Milan, un gol serie A. El empate llegó antes de que Italia activara la diplomatura en dormir partidos. Se abria otro partido con una España crecida y renovada con Llorente, Gerard y Rodri.
Ya no se jugaba, se sufría entre un conglomerado de calambres y medias bajadas. Se buscaba un santero. Otra vez aparecía en el programa la cruel especialidad de los penaltis. Dani Olmo y Morata desperdiciaron sus lanzamientos. El milagro fue italiano.
/Escrito por José Luis Hurtado para Marca de España
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