Hace exactamente 60 años se jugó en el Estadio Nacional el mejor partido visto en canchas chilenas (Video)

Santos 6 Selección de Checoslovaquia 4. Un partido que está inscrito con letras de oro en los torneos veraniegos de la década del 60. Una noche, en la que Universidad de Chile le ganó por 2-0 a River Plate, en el partido de fondo se asistió a la mayor expresión futbolística vista en canchas chilenas, a través de todos los tiempos. Este gran encuentro, indirectamente, también forma parte de la leyenda del Ballet Azul.

SANTOS 6 SELECCION DE CHECOSLOVAQUIA 4

        Sábado 16 de enero de 1965

Estadio Nacional

Torneo Hexagonal, partido de fondo

Público: 67.185 personas

Recaudación: Eº 229.164

Arbitro: Rafael Hormazabal

SANTOS: Gilmar; Ismael, Modesto, Haroldo y Geraldinho;          Lima y Zito; Dorval, Coutinho, Pelé y Pepe. DT: Lula

Cambios: Mengalvio por Zito; Toninho por Coutinho y             Peixinho por Pepe

SELECCION DE CHECOSLOVAQUIA: Schmuker; Lala, Pluskal,           Popluhar y Weiss; Mraz y Masopust; Pospichal, Masny,            Geleta y Valosek.DT: Joseph Vitlacyl

Cambios: Bencz por Mraz y Kvasnak por Masopust

Goles: 28´Coutinho (1-0); 32´Masny (1-1); 34´Mraz (1-2);44´Pelé(2-2);50´Dorval(3-2);60´Masny(3-3);               61´Coutinho(4-3);82´Kvasnak(4-4);85´Pelé(5-4 ) y           89´Pelé (6-4)

 

Hay imagenes que permanecen inalterables a pesar del paso de los años. Y este partido jugado en una noche veraniega del año 1965 dejó una serie de sensaciones visuales, auditivas y de todo tipo que resultan imborrables para quienes tuvimos la fortuna de asistir en aquella jornada histórica al Estadio Nacional y cuyo número, como ocurre con todos los hechos de leyenda, se fue multiplicando a medida que caían las hojas del calendario.

Son tantas las jugadas que aparecen ante el «replay» de la mente: la «chilena» de Pelé en el último minuto que mereció incluso las felicitaciones públicas del propio árbitro, señor Rafael Hormazábal (padre del réferi que siguió sus pasos en el fútbol profesional chileno), el hecho que se cronometraran quince minutos sin que el balón abandonara la cancha ( ¡ Si, quince minutos con el juego sin detenerse!), el espíritu de lucha inclaudicable de los checos, para no darse jamás por vencido.

Y los recuerdos auditivos que, curiosamente, son aún más nítidos. Ese rumor de una multitud sorprendida y regocijada. El deseo general y espontáneo de no abandonar el Estadio, para quedarse en los pasillos, en las tribunas, galerías y casino para comentar todo lo que se había visto en una cancha de fútbol. Carabineros, también impregnados de ese ánimo especial, procedió con mucha delicadeza para conseguir que por fin la gente abandonara el recinto.

Esa gente se fue retirando contenta, maravillada. Gente que traslucía su íntima alegría en el comentario en voz alta, en la silenciosa expresión sonriente. No hubo un solo gesto serio o adusto, ninguna boca muda en ese tránsito que va desde el interior del coliseo ñuñoino hasta las Avenidas Grecia o Pedro de Valdivia. Porque, quién iba sólo necesitaba comunicarse con alguien y enhebraba el comentario con la persona que estuviera más cerca. Frases como éstas se repitieron en cada una de las salidas de nuestro principal campo deportivo:

» ¿Fue verdad lo que vimos o fue una fantasía?»…»¡Por fin hemos visto a Pelé en su  real esplendor!…Ahora, los hinchas del fútbol podemos morirnos tranquilos»…»Ya que estamos cerca de las boleterías, yo voy a aprovechar para pagar de nuevo.¡ Es muy poco lo que cobraron para un espectáculo como éste!».

Comentarios como éstos se refunden en un sólo concepto: Santos de Brasil y la Selección de Checoslovaquia jugaron el 16 de enero de 1965 EL MEJOR PARTIDO DE FUTBOL QUE SE HAYA JUGADO EN CHILE A LO LARGO DE TODA LA HISTORIA DEL POPULAR DEPORTE.

        Los 45 iniciales, especialmente, fueron sencillamente PERFECTOS. Porque no faltó absolutamente nada. Todo se hizo bien en ese primer tiempo. Fútbol veloz, preciso, de esquemas claros. Los dos cuadros encaminados hacia el mismo fin, ganar; pero con medios diferentes. Más fluidos, más elásticos, más técnicos los brasileños. Más resueltos, más fuertes, más rápidos los europeos. Talentos al servicio del juego, también en distintos matices. Con más naturalidad en el caso de los paulistas, más trabajado en el laboratorio de los de Praga, pero con el mismo resultado: paredes, túneles, amagues, enganches, fintas y todos esos arabescos que cuando se utilizan con un fin práctico, son aún más hermosos.

La otra razón para hablar de la perfección del primer tiempo es que se jugó a una rara y sostenida velocidad, lo que no fue obstáculo para que la pelota no resultara siempre bien tratada y es por eso que el balón casi no salió del campo de juego, ya que nadie recurrió a un pelotazo sin sentido o a un centro sin destinatario fijo.

Y si faltaba un elemento, el partido se jugó en un marco de altísimo equilibrio, lo que se ratifica por el marcador parcial: 2 a 2. Con goles hermosísimos, tanto que cuesta decidirse por cuál fue la conquista de mejor factura, porque no hubo impericias o descuidos defensivos, sino habilidad, potencia, inteligencia y gran capacidad de definición por parte de los atacantes.

Los checos, entre otras cualidades, tienen la gran virtud de aprovechar de inmediato cualquier situación favorable. Hay en ellos una sensibilidad especial para intuir cuando una jugada puede terminar en gol. El lateral izquierdo Weiss, por ejemplo, intuyó el pase largo y abierto de Masopust y picó como puntero para llegar y levantar sobre la carrera el centro que Masny, con una volea soberbia, transformó en el primer empate (1-1) y Geleta calculó el momento preciso en que Modesto iba al bulto para meter el pase preciso y al espacio vacío por donde llegaba Mraz destapado, para poner el 2-1. Dos goles típicamente europeos.

Por su parte, en sus goles de esa etapa inicial, Santos dejó de manifiesto la tradicional habilidad de los brasileños. Coutinho, en una gran maniobra en la que tocaron Pelé, Lima y Zito, recibió el último pase y desplazó en una baldoza a sus fornidos cancerberos, sin mover casi los pies del suelo. Sólo fintas de cuerpo y movimientos de cintura que lo dejaron sólo frente a Schmucker y le permitieron abrir la cuenta. Y Pelé, cuando el primer tiempo terminaba, vio que el arquero rival estaba adelantado apenas un par de metros, pero aún así, teniendo en consideración la estatura y la agilidad del meta, se atrevió en un «globito» y su golpe de «masé» resultó tan exacto que la pelota superó el salto desesperado del guardián checo y cayó suavemente en la red, tras besar delicadamente el travesaño.

Cuando terminó el primer tiempo, los 22 actores, especialmente los checoslovacos, no entendían muy bien que pasaba. Sentían un ruido ensordecedor e inexplicable, porque no es común una reacción similar del público al término, recién, del primer tiempo. Pelé fue el primero que reaccionó, miró hacia arriba y vio que la gente aplaudía de pie. El rey moreno levantó su brazo agradecido y ahí lo imitaron todos los demás jugadores, lo que hizo aún más atronadora la ovación que brotaba espontánea de los cuatro rincones del estadio. En ese instante tan emotivo y especial, se escuchó clarito en la tribuna preferencial el «Bravooo, bravoo» expresión con la que en la Opera se homenajea a los grandes divos y divas.

Era imposible, físicamente imposible, que ambos equipos pudieran repetir otros 45 minutos tan perfectos y jugados a la misma velocidad. Pero, si en ese aspecto se registró una merma, se ganó en emoción y en cantidad de goles.

El puntero Dorval, recién repatriado de Argentina donde jugara por Racing, entró a la cancha y en su primera intervención con la camiseta de sus inicios, aprovechó un pase perfecto de Pelé hacia atrás para fusilar a Schmucker. (Un gol muy similar al que cinco años después convertiría Carlos Alberto en la final del Mundial de México 70).

Masny, que ya había anotado con un zurdazo, ensayó ahora un derechazo igualmente espectacular, violento y exacto para dejar parado a Gilmar, tras superar en un carrerón largo a Ismael.

Si los dos goles de la estrella checa fueron toda potencia, las dos anotaciones de Coutinho fueron pura habilidad. El que puso 4-3 a Santos arriba, lo consiguió tras gambetear incluso la salida del arquero, luego de una pared matemática con Lima, dejando parados como postes a Pluskal y Populhar.

Los dos tantos siguientes fueron los únicos atribuibles a errores defensivos. Porque el grandote Kvasnak aprovecho con gran oportunismo la desinteligencia de Modesto, Ismael y Gilmar para establecer el 4-4 y Pelé volvió a poner en ventaja al Santos, tras empalmar con un zurdazo de sobrepique un rechazo de cabeza muy débil de Pluskal.

El 5-4 hubiera sido el resultado más justo para este gran partido. Merecía ganar Santos, pero no merecían ser goleados los checos. Pero, tal vez para que no quedara ningún margen de duda y para que no hubiera una sensación equívoca por los errores que posibilitaron los últimos dos goles ya narrados, Pelé puso su sello con un sexto gol atribuible exclusivamente a su gran habilidad personal y su estado físico sobrehumano. De otra manera no puede calificarse el hecho que la «Perla Negra» haya bajado a buscar un balón hasta su propio campo y de ahí emprendiera veloz carrera hasta el arco contrario, eludiendo a cuanto rival se cruzara en su camino para terminar la jugada con un toque cruzado que se metió pegadito al segundo palo.

Ya estábamos en los descuentos y si algo aún faltaba para que este partido fuera inolvidable, en cuanto salieron los centrales checos, vino un pelotazo largo de Toninho hacia la derecha por donde picó Dorval, el centro del puntero fue alto y parecía propicio para el rechazo de cabeza de los centrales europeos. Sin embargo, Pelé se anticipó con una «chilena» extraordinaria, empalmando la pelota a no menos de 2.50 metros de altura en una forma tan perfecta, tan plástica, tan violenta que a nadie le importó que no fuera gol por centímetros. El público, impulsado como un resorte, se paró y aplaudió de pie, lo que fue imitado en la cancha por los propios jugadores paulistas que comenzaron a batir palmas en honor a su rey. Los checos dejaron de lado su aparente frialdad y se acercaron a felicitar, todos sin excepción, al astro moreno. Y Rafael Hormazábal, si…el árbitro del partido, cogió el balón para guardarlo seguramente como recuerdo y también corrió a felicitar a la Perla Negra. Después, terminó el partido.

Es la última imagen que se mantiene en esta danza de recuerdos imborrables. La presencia de Pelé, esta vez con camiseta a rayas albi-negras, agradeciendo emocionado la despedida de 70.000 personas extasiadas con su arte y convencidas que el Rey Negro había hecho del Estadio Nacional, por una noche, el Reino del Fútbol.

Extractado del libro «El Ballet Azul, una historia que merece contarse», escrito por el autor de esta crónica