No es nada fácil. Al contrario, será acaso de los desafíos más difíciles que existen para un entrenador de fútbol: amontonar talento en el campo de juego y que eso termine siendo armónico para un equipo. Suena extraño, pero al contrario de lo que se pueda creer inicialmente, aglutinar jugadores como los que junta y juntó anoche Argentina es muy difícil, se necesita mucho, muchísimo desarrollo para que eso funcione. Y cuando no funciona, todo queda más expuesto, además. Cuando no funciona se nota tanto porque el talento tiende a desordenarse cuando las cosas no salen. Por algo los equipos que más entrenan una idea, un sistema, una disciplina de juego son los que se dedican a reclutar jugadores talentosos. No se trata, entonces, de ponerlos en el campo y dejar que ellos jueguen, que mágicamente armen sociedades, que se ordenen en la cancha al son de la Teoría del Caos de Ilya Prigogine. No. Se necesita trabajo -y mucho-. Y el trabajo se vio anoche en Argentina.
Más allá de lo cambiante que fue el partido con Paraguay, que terminó el primer tiempo con la sensación de que podía complicar al equipo cortándole circuitos, lo destacable de la Selección fue un dúo: la puesta en escena de tanto trabajo en los entrenamientos y la convicción por ese trabajo, por esa idea. Esa convicción que le pasa por encima a los errores: vivimos en el fútbol del miedo, del pánico a salir jugando, a perder. El error que terminó en gol de Barrios no cambió un ápice de la premisa de Argentina a empezar las jugadas desde abajo: generalmente se mide el riesgo de aquella idea y no los beneficios, que son incalculables y que se notaron también anoche. También, es cierto, el tercer gol, tan temprano en el segundo tiempo, habrá ayudado a consolidar las creencias de este equipo. ¿Y la aplicación del trabajo en las prácticas? Bueno, probablemente una de las piezas claves para que ayer saliera todo, fue Pastore. Y la sociedad que armaron Pastore y Messi, más específicamente, con Lionel esta vez más cerrado y Javier más cerca del área, metiéndose como un delantero más (y Agüero arrastrándole marcas). Se necesitaba que los volantes llegaran más y ayer ocurrió con él y Di María. Y se necesitaban goles: ahí, más allá del acento que podremos poner en el funcionamiento, todo depende del jugador, de su fe, su confianza, su instinto; y eso no es tan entrenable. Lo bueno es que todo aquello intangible tiene desde ahora un cimiento compacto: el sistema engranó.
Columna de Diego Latorre (ex jugador de Boca Juniors y la selección argentina) para el diario Olé de Buenos Aires
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