La galería sur del Estadio Nacional está muda. En la edición 187 del partido más importante del fútbol chileno, lo único que se posa sobre el territorio de la barrabrava de Universidad de Chile es el primaveral sol que calienta el primer domingo de septiembre. No hay cánticos ni consignas. Claramente, no es un Superclásico normal.
La pandemia hizo que el folclor que envuelve y condimenta el choque entre azules y albos apareciera solo como un recuerdo melancólico hoy en Ñuñoa. No hay camisetas ni muchedumbres. Apenas el contingente policial resguardando los alrededores dan pistas de que aquí a las 14.00 horas se enfrentan una vez más los dos grandes de Chile.
Y como nunca, el ingreso al recinto ñuñoíno resulta estricto al extremo. No por hostilidades ni amenazas de protestas o duelos de barrabravas, sino por el protocolo que el Ministerio de Salud y de Deportes impusieron para la vuelta al fútbol. “Necesito su teléfono y dirección, por favor”… además de la toma de temperatura, hasta los datos personales son exigidos a los más de 300 acreditados para presenciar este duelo.
Y adentro, el escenario es aún más surrealista. Mientras está todo montado para que el show se viva igual sin público, los asistentes en la tribuna y la cancha usando guantes, mascarillas y protectores faciales hacen parecer que aquí habrá una intervención quirúrgica, no un partido de fútbol.
Desde antes del partido todo resultó raramente amistoso, hasta un poco artificial. La cancha, rodeada de pantallas gigantes, y los cánticos grabados, dirigidos por un director que decide qué exclamación hacer sonar dependiendo si es o no la U quien tiene el balón, hacen que todo esto tenga mucho de televisivo, pero poco de futbolero. Es la nueva normalidad de la industria deportiva nacional.
¿Influye la presencia de la hinchada? Claramente, sí. Para bien o mal, la bravura con que se asume este duelo por parte de azules y albos está ligada intrínsecamente a lo que en la galería ocurra. Y no es una justificación romántica: aquí, la armonía de la tribuna hizo que la agresividad con que se enfrenta siempre este duelo apenas estuviese marcado por un par de incidentes menores.
Ni siquiera el gol de Esteban Paredes, que abrió la cuenta, consiguió cambiar en algo este ambiente. Fue tal el silencio de su celebración, que los disparos de las cámaras fotográficas retumbaron en la tribuna más que las felicitaciones de sus compañeros. Lo mismo con el del empate de Gonzalo Espinoza, que apenas lo gritaron sus compañeros y los dirigentes presentes.
Son las nuevas reglas del juego. Hasta que no haya vacuna contra el coronavirus, el fútbol seguirá así.
/Escrito por Ignacio Leal para La Tercera
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