Opinión

El mérito de Ramón Diaz en la clasificación de Paraguay

El mérito de Ramón Diaz en la clasificación de Paraguay

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diego moriniAlgunos creen, aún en estos tiempos, que Ramón Díaz es un entrenador vulgar. Ordinario. Que sólo lanza epítetos grotescos, sin sentido. Grosero error. No es Guardiola ni Mourinho. Le faltan varias materias para recibirse de un entrenador de excelencia, es cierto. Pero algo tiene, evidentemente, para sacarles jugo a las piedras. Salir campeón con equipos de excelencia como River (en el pasado lejano, en el pasado reciente) o terrenales, como San Lorenzo. O ingresar en el círculo de la desconfianza absoluta, como en Paraguay, con el dedo acusador de casi todos, después de creer en el mismo grupo de viejos guerreros y seguir parado. Pícaro, irreverente, siempre adelante. Sin Néstor Ortigoza, su mejor hombre, con un desgarro. Con soldados de batallas perdidas, como quedar fuera del último Mundial. Ramón se presenta apenas un puñado de días atrás en el bravío suelo guaraní y empieza a hacer historia. Eso es lo suyo. Acaba de dejar en el camino a Brasil por 4 a 3 en los penales, luego de empatar 1 a 1 y cree llevarse el mundo por delante. Se aproxima la Argentina en las semifinales y algo debe de estar dándole vueltas por la cabeza. No sólo la táctica, compartida con su hijo Emiliano (expulsado a los 9 minutos del segundo tiempo por un exceso), hoy cabal respaldo, ayer un exceso familiar. Lo que lo mueve es el sentimiento: más de una vez soñó con estar sentado en el otro banco, el que hoy disfruta (y a veces padece) Tata Martino.

Debe de estar recordando, seguro, ahora mismo, la epopeya de su San Lorenzo en 2008 contra River y en el Monumental. Contra su propio ser. Cómo olvidarlo: el empate 2 a 2 y la heroica clasificación tras remontar un 0-2 con nueve hombres y con Gonzalo Bergessio como héroe, en la revancha por los octavos de final de la Copa Libertadores. Díaz celebró el 2-2 con el grito de la traición a su sentimiento. A su corazón. El martes va a intentar lograr algo parecido. Ya sabe de qué se trata. Más aún, luego del primer cruce del Grupo B, cuando Paraguay perdía por 2 a 0. y celebró a lo grande el 2 a 2

.

ramon diaz paraguayLos nuestros, verdaderamente, son un exceso. No hay comparación alguna: la Argentina es un aluvión de talento y de euros si se espía, en la superficie, el fuego sagrado guaraní. Sin embargo, hay que tener cuidado: Paraguay es algo más que el balón detenido. Algo más que el centro y el cabezazo certero. Algo más que sapiencia y pierna fuerte. Quiere volver a los primeros planos sudamericanos. No le teme a la Argentina: solamente la respeta.

Cuando acaba la faena, la unión hace la fuerza en el centro del campo. Las lágrimas se confunden: caen las de los pibes, trastabillan las de los viejos. Ramón se ríe. Repasa su magnífico historial y se divierte. Saluda a Dunga, como si lo conociera de toda la vida. Charla con Dani Alves, como si hablaran el mismo lenguaje. Se anota un poroto con la estirpe guaraní, como en 2011 le pasó a Martino. Aquel Paraguay era más feo: más defensivo y limitado que el de hoy. Sin embargo, tenía fuego en el pecho y en las piernas cuando dejó a Brasil en los cuartos de final, por 2 a 0 en los penales, luego de empatar sin goles en los 90 minutos, en la fría La Plata. Igualito a hoy. También por penales dejó vencida a Venezuela, en Mendoza. La final, eso sí, fue un despiste: 0-3 con Uruguay.

«Jugamos contra la Argentina, Uruguay y Brasil. Y ninguno nos pudo ganar, hay que tener mucho respeto por estos muchachos. Ahora vamos a enfrenar a uno de los mejores equipos del mundo», se planta Ramón, consumada la obra en la que pocos creían. Sabe que puede derrumbar un muro. Que puede ser el villano de su propio país, de su propia bandera. Otra vez. Justo en ese momento le preguntan cuál es su secreto…

-Convencerlos. Y ellos hacen todo lo demás.

/Escrito por Diego Morini para el diario La Nación de Buenos Aires/

 

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