Un error puntual fue determinante. Chile cayó 1 a 0 ante Alemania en la final y no logró alzarse con el título de la Copa Confederaciones, a pesar de ser muy superior al cuadro europeo. Ahora a levantarse y clasificar al Mundial, donde habrá que escribir la historia nuevamente.
RUSIA.- Sí hay una cosa que me marcó en mi amor por el fútbol fue una historia que viví de manera personal en 1990. En ese año, yo con sólo 13 años, junto a mi padre -periodista deportivo también- viajamos a Buenos Aires para vivir en la capital trasandina la final de la Copa del Mundo de Italia. El rival de la albiceleste era precisamente Alemania y los germanos ganaron por la cuenta mínima con un penal bien discutido ejecutado por Andreas Brehme. ¿Por qué fue una gran historia? porque a pesar de la derrota, los argentinos salieron en masa a las calles, llenaron la 9 de julio y el Obelisco se vistió de fiesta interminable, como si el título mundial hubiera sido para los argentinos. Yo en esa ocasión no lo entendía ¿cómo puede haber ese orgullo en la derrota? Hoy, cuando ya han pasado más de 25 años por fin lo he podido entender y vivir en carne propia con mi propia selección.
Chile hoy no pudo con Alemania. Chile hoy no logró obtener un importante título internacional. Chile hoy lo dejó todo en la cancha y Chile hoy mostró una vez más que tenemos una generación a la que sólo nos queda agradecer y admirarlos eternamente. No fuimos campeones es cierto y duele bastante, pero en el fondo no debe haber ningún compatriota que no sienta un dejo de agradecimiento para este grupo de «carasucias» que han llevado el nombre de nuestro país al olimpo del fútbol mundial.
Que la derrota duele ¡claro que sí!. Y cómo no, si queda toda la sensación de que Chile fue mucho más que Alemania y que finalmente se perdió por un error individual, de esos lamentables e inesperados que en este tipo de partidos son sencillamente fatales. Y así como hace algunos días ante Portugal, Claudio Bravo vivió una jornada imborrable por su gran actuación, ahora fue el turno de Marcelo Díaz, el que no podrá olvidar esta final, pero lamentablemente porque cometió un error garrafal y que a la postre no sólo significó el gol de Alemania, sino que además fue el tanto del campeonato para los teutones.
Díaz debe estar destruido porque lamentablemente su error fue fundamental. Además fue casi infantil como perdió la pelota ante los delanteros alemanes, más aun siendo el último hombre y cuando además tenía suficiente espacio para salir con claridad por el centro o por las bandas. Sin embargo, ‘Carepato’ prefirió salir jugando de manera personal, pero no pudo con la presión alemana y eso le permitió a Lars Stindl anotar casi a puerta descubierta. Ese golpe fue demasiado duro para los nuestros, porque antes de eso, Chile estaba jugando de manera extraordinaria y tenía metido en su arco a los europeos y además había logrado acercarse con varias ocasiones claras de gol.
Ahora, si bien lo de Díaz fue clave y fundamental en el resultado final, también hay que precisar que Chile tampoco fue lo suficientemente concreto en delantera para anotar y dar vuelta el marcador. Y La Roja lo pudo haber hecho, porque de verdad tuvo muchas ocasiones que no logró anotar, como algún remate de Vargas y Vidal, un tiro libre de Sánchez o un remate elevado de Angelo Sagal que la mandó a las nubes en plena área chica.
Alemania por su parte, con el regalo en el bolsillo, se dedicó a mostrar la máxima del pragmatismo. Se metió atrás, esperó a Chile y apostó al contragolpe. (Sí,Alemania, el mismísimo campeón del mundo) y eso lógicamente hizo mucho más difícil el camino al gol para los nacionales, que finalmente no fueron capaces de lograr al menos el empate.
Por eso duele tanto, porque queda esa sensación de que el resultado está muy lejos de rozar la justicia, pero ya sabemos que esa palabra no se viste de corto ni entra a la cancha. Lo único que nos queda ahora es pasar el trago amargo, meternos de nuevo en las clasificatorias, ir al próximo Mundial e ir con todo en busca de una dulce revancha, pero siempre con la cabeza en alto, como nos ha enseñado esta generación y que al menos a mí me hizo entender 25 años después como se puede sentir tamaño orgullo en la dura y triste derrota.
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