Esta crónica corresponde al proyecto de Todo fútbol: «1962, Un ejemplo para el Chile de hoy». Un espacio que llega a ustedes gracias al financiamiento del Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social del Gobierno de Chile y del Consejo Regional
Jaime Ramírez Banda, con sólo 21 años fue transferido de Universidad de Chile al Español de Barcelona, regresó a Colo Colo y luego volvió a ser llamado desde España por el Granada. Fernando Riera lo convenció que se viniera de vuelta a Chile para intergrarse al equipo que se preparaba para jugar la Copa del Mundo
El delantero tuvo un notable paso por La Roja, que incluyó tres presencias en Campeonatos Sudamericanos y dos Copas del Mundo.
Para graficar de la mejor manera lo que fue Jaime Ramírez como jugador, nos remitimos a esta excelente crónica escrita por Julio Salviat para el portal El Mostrador
La primera vez que supe de Jaime Ramírez fue en un clásico universitario cuya fecha -Google mediante- puedo precisar sin vacilaciones: 10 de julio de 1952. Fue en el Estadio Nacional, y yo estaba de la mano del tío Germán en lo que hoy es la tribuna Andes, cargado hacia el sector sur. Con los ojos muy abiertos vi cómo finteó al defensa de Universidad Católica, se acercó a la línea de fondo y cuando Sergio Livingstone dio un paso hacia adelante anticipando un centro, ese cabro chico metió la pelota entre palo y arquero. Fue el único gol de ese partido.
Y desde ese día, Jaime Ramírez fue mi ídolo.
Él tenía 19 años; yo, 9.
JUGADOR DE RAZA
Había debutado en el equipo superior de la U en el campeonato de 1950, cuando debió salvar una emergencia y jugó contra Santiago Morning. Pero fue titular indiscutible desde la primera fecha del campeonato de 1951, el 29 de abril, cuando demostró en ese empate 2-2 con Colo Colo una personalidad sorprendente y un juego entusiasmante. En junio ya se había convertido en héroe del equipo al contribuir con un gol agónico a Green Cross a la primera victoria de su equipo en ese torneo. Y en julio ya ocupaba una página de la prestigiosa revista Estadio: “…la sorpresa la brindó ese muchachito flexible, hábil y seguro en el manejo de la pelota. Inteligente y sagaz para librarse la custodia del defensor contrario. Que se condujo con la tranquilidad de un veterano, de un avezado, como si siempre hubiese jugado en el círculo de privilegio”.
En agosto se produjo su debut en un clásico universitario. Con 65 mil personas en las tribunas y con resultado adverso, fue considerado el mejor jugador del partido. Y en un destacado dentro del comentario se resaltaron sus méritos: “Jaime Ramírez, jugador novel, se transformó en una figura de calidad excepcional”. Ya le vaticinaban un futuro esplendoroso. “Es un jugador de raza porque lleva en la sangre la calidad de su padre”. Se referían a Aníbal Ramírez, ex arquero de las selecciones nacionales.
EL SUPERCLASE
A mediados de 1952, Jaime Ramírez estaba en España vistiendo la casaquilla del Español de Barcelona. Yo estaba en un remoto lugar de la Sexta Región, en plena zona huasa chileno. Al año siguiente, a los dos nos fue bien: a él lo eligieron como el mejor puntero izquierdo de la liga hispana, desplazando al legendario Gaínza, y lo apodaron “Superclase”; a mí me saltaron de tercero a quinto en la escuela agrícola a la que había llegado porque todos pensaban que cuando grande me dedicaría a las labores del campo.
El reencuentro se produjo en 1955. Esta vez, estando de paso por la capital, fue el tío Carlos el que me llevó al Estadio Nacional. Quedamos en el codo sur-oriente y tuvimos una vista privilegiada para observar el gol con que Jaime Ramírez desequilibró, en el arco que da al marcador, un emocionante duelo con Perú.
5-4 terminó ese partido correspondiente a la segunda fecha del Campeonato Sudamericano, hoy Copa América. Ganaba Chile con bastante holgura y cuando el 4-1 parecía encaminar a la Roja a un triunfo tan contundente como en el debut (7-1 a Ecuador), los del Rimac hicieron un cambio que marcó otro rumbo: entró un volante de apellido Terry (Alberto era su nombre) y en un santiamén quedaron 4-4. Entonces pisó la cancha Jaime Ramírez, reemplazando a Manuel Muñoz, y en una de sus primeras jugadas entró en diagonal por la derecha, fusiló al arquero Luis Suárez y desató la euforia en el país. Aplaudieron 42.833 espectadores controlados esa tarde calurosa. Pero no había nadie más feliz que yo, que había rogado al cielo para que lo pusieran, porque quería verlo jugar y porque “sabía” que era el único capaz de evitar el desastre que se adivinaba por la extraordinaria reacción peruana.
Ramírez había vuelto de España repatriado por Colo Colo. Había bordeado el título de campeón en 1954 y lo consiguió en 1956, integrando un ataque albo de campanillas: Mario Moreno, Enrique Hormazábal, Jorge Robledo, Atilio Cremaschi y Jaime Ramírez.
A Suárez, uno de los mejores arqueros en la historia del fútbol peruano, le preguntaron hasta su muerte si el gol de Jaime era “el mejor que le hicieron en su vida”. Y él, condescendiente, decía que nunca lo olvidó. A propósito: a Roque Máspoli, arquero uruguayo campeón del mundo, le preguntaron siempre si el gol de Manuel Muñoz en el Panamericano de 1952 era el que lo había atormentado más. Y él, sincero, respondía que no lo recordaba.
EL TROTAMUNDOS
El tercer episodio que marcó mi relación con Jaime Ramírez fue el Mundial de 1962, en el que fue considerado pieza clave para el tercer puesto que logró la selección chilena.
Para él y para mí hubo un capítulo especial: el partido con Italia.
Se dice -y con razón- que el mejor partido de Jaime en ese torneo fue el que protagonizó ante Yugoslavia, en el que tuvo que trabajar el triple para compensar las lesiones de Manuel Rodríguez, Jorge Toro y Carlos Campos. Su esfuerzo tuvo una recompensa inigualable: Chile ganó con gol de Eladio Rojas en el último minuto y se clasificó tercero en el Mundial. Pero, para él y para mí, lo óptimo ocurrió en el segundo partido de la serie que le correspondió a la Roja.
Para él, porque anotó el gol que abrió la cuenta, encaminó al triunfo y clasificó anticipadamente a Chile a la ronda siguiente; para mí, porque fue el único partido que vi en la sede santiaguina. Mi abono era para Rancagua, y el partido que me correspondía allá (Inglaterra-Argentina) se lo cambié a mi hermano mayor, que tenía abono para los partidos en Santiago.
El gol resultó inolvidable para todos: Leonel Sánchez sirvió un tiro libre desde la izquierda y lo hizo con un centro elevado. Carlo Mattrel, el arquero italiano, salió hasta el punto penal y despejó con los puños. La pelota fue directa hacia Jaime Ramírez, que se encontraba al borde del área grande, cargado hacia la derecha de su ataque. Pudo amortiguar de pecho y darle de volea, pero prefirió la sorpresa: cabeceó de inmediato hacia el arco. Y la pelota tomó la altura suficiente para superar al portero y hacer inútil el salto de los zagueros que cubrían la valla.
Fue en el minuto 73, y Jorge Toro se encargó luego de liquidar el partido con un remate desde fuera del área.
Después de su gol, Jaime se quedó en su lugar y alzó los brazos al cielo. Yo aplaudía de pie unos diez escalones más bajo del tablero marcador y podía adivinarle de frente su cara de felicidad mientras sus compañeros se abalanzaban para abrazarlo.
Ramírez ya había vuelto a España, en 1957, para defender al Granada y, al revés de lo que sucede ahora, volvió en 1961 a la competencia chilena nada más que para estar cerca de la Selección (ahora los jugadores se alejan del medio local, a solicitud de Jorge Sampaoli, para tener posibilidades de ser convocados). Ya bordeaba los 30 años de edad.
Repitió el proceso en 1966: se vino de la Madre Patria a la U para ganarse un puesto en la nómina mundialista de Inglaterra, y lo consiguió. Ya tenía 35 años.
Después del Mundial, fue contratado por Racing de Avellaneda, y se ganó pronto la portada de la revista El Gráfico, un honor que pocos chilenos han conocido defendiendo a clubes trasandinos.
Después inició un periplo que contempló camisetas en España y en Chile: Audax Italiano, Español, Hospitalet, Universidad de Chile, Huachipato. Su último club fue Unión San Felipe, al que llegó convocado en 1971 por Luis Santibáñez para que sirviera como refuerzo y guía en el equipo que ganaría el campeonato. Ya había cumplido 40, y seguía con las energías intactas.
De joven era como Alexis Sánchez. Igual que él, era desequilibrante con sus amagues y carrerones, y quería hacerlas todas. Después se transformó en un sabio constructor de juego.
No tuvo muchos éxitos como entrenador. El Olimpia de Honduras y Sporting Cristal de Perú fueron sus esporádicos destinos en el extranjero.
Más de medio siglo de vida tenía él cuando jugábamos ardoroso encuentros entre viejos cracks y periodistas en Pinto Durán. Y nos ganaba a todos en cualquier aspecto del fútbol: marcaba, eludía, remataba, perseguía. Y todo lo hacía con la misma elegancia con que se vestía y peinaba.
Jaime Ramírez está en la lista de los mejores jugadores en la historia del fútbol chileno y sigue contando con la admiración de ese niño que lo vio en sus primeros pasos y que le siguió con respeto y cariño durante toda su carrera.
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